En 1848 México perdió la guerra contra EE.UU. y gran parte de su territorio se anexó a la Unión Americana, llegando a constituir los estados de la Costa Oeste, que todavía mantienen sus nombres en castellano, donde pronto comenzó el furor de la fiebre del oro. Esto originó migraciones, no sólo de la Costa Este, sino también de Europa.
La necesidad de ropa confeccionada de un material resistente y encubridor hizo que, en 1853, el señor Levi diseñara el hoy mundialmente conocido y hasta sofisticado “blue-jeans”. Atuendo de mineros de gruesa lona teñida de azul con añil, que se sacaba de la planta del jiquilite, cultivada en los lejanos territorios de la pequeña y desconocida República de El Salvador, en la costa centroamericana del Pacífico.
El añil era transportado a lomo de mula hasta los puertos del Atlántico, luego se embarcaba rumbo a Nueva York, desde donde el tren lo llevaría a su destino muchos meses después de su salida.
La necesidad, impulsa a Cornelius Vanderbilt a iniciar la aventura de hacer llegar la locomotora hasta Centroamérica para agilizar el traslado del colorante azul. Y contratado para trabajar en la empresa del tren, llega a estas tierras el ingeniero irlandés Patrick Brannon, a quien el amor encadenará definitivamente en Sonsonate y será el padre de nuestra gran Claudia Lars. Pero ésa es otra historia.
Durante muchos años el añil fue un fuerte pilar de la economía salvadoreña, hasta que los colorantes químicos, más baratos y con procesos menos complicados, desplazaron el tinte vegetal que casi desapareció de los mercados mundiales. Pasaron muchos años hasta que llegó el cambio de mentalidad y la Revolución Verde evidenció la primacía de los productos naturales.
Como testigo de pasadas glorias, se encontró enterrado cerca de las ruinas de San Andrés un antiguo obraje de añil de la época de la colonia, que se reprodujo en pequeña escala y se puede ver en el museo de ese sitio arqueológico.
Fuente: http://archivo.elsalvador.com/noticias/2004/11/28/editorial/edi4.asp
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